La necesidad de una educación nutricional
Noticia -29/06/2016
Por Teresa Garaizabal. Directora de la Asociación de Amigos de la Real Academia de Gastronomía.
Es motivo de orgullo el esplendor actual de la cultura gastronómica en nuestro país, y no hablamos exclusivamente de la pléyade de grandes cocineros cuya fama e inventiva traspasa nuestras fronteras y que son acreedores de prestigiosos reconocimientos; comprobamos también que la gastronomía “está en la calle”, los programas de televisión sobre la materia alcanzan audiencias millonarias y cada día más personas aprenden a disfrutar de los placeres de una buena mesa.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. La cultura gastronómica de un país no ha de quedar circunscrita a esas figuras señeras. Basta comprobar cómo un buen número de esos destacados cocineros se están esforzando en hacer pedagogía de una buena alimentación, acercándose a los niños y propugnando hábitos alimenticios saludables.
Y todo ello viene a cuento porque existen datos preocupantes sobre nuestras costumbres en la alimentación. Un reciente estudio publicado por la Revista Española de Cardiología, “Estudio Nutricional de la Población Española (ENPE)”, señala que en una muestra de 3.966 personas entre 25 y 64 años realizado entre mayo de 2014 y mayo de 2015, el 39,3% sufrían sobrepeso y un 21,6% obesidad. Ello acredita que más de un 60% acarrean problemas derivados de errores en su alimentación.
Hay que tener en cuenta que numerosos especialistas afirman que la obesidad y sus consecuencias constituyen el reto económico más importante e inquietante para la sostenibilidad de los sistemas públicos de salud, a nivel global.
No deja de resultar chocante que en una época como la actual en la que la información está al alcance de hombres y mujeres en un grado nunca antes logrado, estos problemas referidos a la nutrición no sean tenidos en cuenta por un sector aún muy importante de la población. Muchos factores se alían para ello: un ritmo de vida ajetreado, abandono de dietas tradicionales, influencias de modos alimenticios ajenos a nuestra tradición y cultura, entre otros.
Y si hay una víctima propicia de todos estos factores es la infancia. La FAO, en su estudio “La importancia de la educación nutricional”, señala como uno de los puntos clave de dicha educación “instruir a los hijos y a otros sobre la alimentación saludable”. Y apunta que “Empieza a reconocerse que la nutrición es el punto de partida fundamental de todo examen serio del desarrollo humano y que gastar en nutrición, además de ser básico, resulta rentable”.
Desde un punto de vista de la acción política sería deseable que la educación en nutrición formara parte de las inquietudes y tareas a abordar por nuestra clase política. Por citar un ejemplo, habría que plantearse regular de algún modo la publicidad, especialmente en las televisiones, de aquellos productos alimenticios dirigidos a los niños que a menudo incluyen ingredientes como los azúcares cuya ingesta habría de ser más controlada. No está de más recordar cómo algunos países ya han restringido o desterrado de los colegios los refrescos y otro tipo de bebidas de alto contenido en azúcar. Un reciente artículo en el suplemento de salud de El País informaba que el gobierno británico va a fijar un impuesto en 2018 para las bebidas azucaradas con más de cinco gramos de azúcar por cada 100 miligramos, uniéndose a otros países que ya lo han implantado, entre otros, Dinamarca, Francia o Estados Unidos.
Como señala la propia FAO la existencia de más alimentos no conlleva un mejor régimen alimentario. Esto se hace más evidente en los países más desarrollados en los que existe una gran oferta de productos alimenticios como bienes de consumo familiar, y sin embargo ello no implica una mejor nutrición. De ahí la necesidad de favorecer entornos propicios para que la nutrición adquiera carta de naturaleza como un factor educativo de primer orden. Y para ello es ineludible la actuación institucional a todos los niveles.
Nuestra integración en una economía de mercado no justifica que los intereses comerciales y económicos primen sobre la salud y el bienestar de la población. Abordar seriamente una revisión en profundidad de todos los ámbitos que integran la educación nutricional se hace indispensable. Y todos debemos implicarnos en ella.
Es motivo de orgullo el esplendor actual de la cultura gastronómica en nuestro país, y no hablamos exclusivamente de la pléyade de grandes cocineros cuya fama e inventiva traspasa nuestras fronteras y que son acreedores de prestigiosos reconocimientos; comprobamos también que la gastronomía “está en la calle”, los programas de televisión sobre la materia alcanzan audiencias millonarias y cada día más personas aprenden a disfrutar de los placeres de una buena mesa.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. La cultura gastronómica de un país no ha de quedar circunscrita a esas figuras señeras. Basta comprobar cómo un buen número de esos destacados cocineros se están esforzando en hacer pedagogía de una buena alimentación, acercándose a los niños y propugnando hábitos alimenticios saludables.
Y todo ello viene a cuento porque existen datos preocupantes sobre nuestras costumbres en la alimentación. Un reciente estudio publicado por la Revista Española de Cardiología, “Estudio Nutricional de la Población Española (ENPE)”, señala que en una muestra de 3.966 personas entre 25 y 64 años realizado entre mayo de 2014 y mayo de 2015, el 39,3% sufrían sobrepeso y un 21,6% obesidad. Ello acredita que más de un 60% acarrean problemas derivados de errores en su alimentación.
Hay que tener en cuenta que numerosos especialistas afirman que la obesidad y sus consecuencias constituyen el reto económico más importante e inquietante para la sostenibilidad de los sistemas públicos de salud, a nivel global.
No deja de resultar chocante que en una época como la actual en la que la información está al alcance de hombres y mujeres en un grado nunca antes logrado, estos problemas referidos a la nutrición no sean tenidos en cuenta por un sector aún muy importante de la población. Muchos factores se alían para ello: un ritmo de vida ajetreado, abandono de dietas tradicionales, influencias de modos alimenticios ajenos a nuestra tradición y cultura, entre otros.
Y si hay una víctima propicia de todos estos factores es la infancia. La FAO, en su estudio “La importancia de la educación nutricional”, señala como uno de los puntos clave de dicha educación “instruir a los hijos y a otros sobre la alimentación saludable”. Y apunta que “Empieza a reconocerse que la nutrición es el punto de partida fundamental de todo examen serio del desarrollo humano y que gastar en nutrición, además de ser básico, resulta rentable”.
Desde un punto de vista de la acción política sería deseable que la educación en nutrición formara parte de las inquietudes y tareas a abordar por nuestra clase política. Por citar un ejemplo, habría que plantearse regular de algún modo la publicidad, especialmente en las televisiones, de aquellos productos alimenticios dirigidos a los niños que a menudo incluyen ingredientes como los azúcares cuya ingesta habría de ser más controlada. No está de más recordar cómo algunos países ya han restringido o desterrado de los colegios los refrescos y otro tipo de bebidas de alto contenido en azúcar. Un reciente artículo en el suplemento de salud de El País informaba que el gobierno británico va a fijar un impuesto en 2018 para las bebidas azucaradas con más de cinco gramos de azúcar por cada 100 miligramos, uniéndose a otros países que ya lo han implantado, entre otros, Dinamarca, Francia o Estados Unidos.
Como señala la propia FAO la existencia de más alimentos no conlleva un mejor régimen alimentario. Esto se hace más evidente en los países más desarrollados en los que existe una gran oferta de productos alimenticios como bienes de consumo familiar, y sin embargo ello no implica una mejor nutrición. De ahí la necesidad de favorecer entornos propicios para que la nutrición adquiera carta de naturaleza como un factor educativo de primer orden. Y para ello es ineludible la actuación institucional a todos los niveles.
Nuestra integración en una economía de mercado no justifica que los intereses comerciales y económicos primen sobre la salud y el bienestar de la población. Abordar seriamente una revisión en profundidad de todos los ámbitos que integran la educación nutricional se hace indispensable. Y todos debemos implicarnos en ella.
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