El impacto de la obesidad infantil
Noticia -25/05/2016
Por Teresa Garaizabal. Directora de la Asociación de Amigos de la Real Academia de Gastronomía.
La enfermedad que más duele a una sociedad es seguramente la de sus niños. Nos duele la indefensión de los débiles y ese potencial que quizás no llegue a desplegarse del todo en el futuro. Y luego está ese dolor vivo que sentimos muchos, quizás un poco más los que somos padres y madres, al ver a un niño enfermo. Ese dolor no habla de razones, ni de potencial ni de futuro ni de números. Es ver esa mirada infantil, apagada y enferma, y sentir como algo se desarma dentro de ti. Por eso tantas organizaciones utilizan fotos de niños enfermos para hacernos reaccionar y sacar de nosotros algo de humanidad. Es el detonante que nos inunda de rabia y nos hace pasar de la inactividad a la acción en un segundo. Pero para todo hay excepciones. Existe una foto de un niño, que a pesar de estar muy enfermo, no nos conmueve hasta la médula ni provoca en nosotros el deseo inmediato de movilizarnos. Esa es la foto de un niño obeso.
En nuestro imaginario colectivo el sobrepeso se asocia, a menudo, con un mal menor, una especie de vicio más bien simpático y muy unido al carácter goloso de los pequeños. Pero la realidad es bastante más cruel que esa. Estamos ante una enfermedad crónica que ha crecido como la pólvora entre nuestros niños y que tiene efectos devastadores. Según la OMS cada año mueren a consecuencia del sobrepeso y la obesidad por lo menos 2,6 millones de personas. La obesidad infantil se asocia a una mayor probabilidad de muerte y discapacidad prematuras en la edad adulta. Además los niños con sobrepeso u obesos tienen mayores probabilidades de seguir siendo obesos en la edad adulta y de padecer a edades más tempranas enfermedades no transmisibles como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. Por tener, los obesos tienen hasta más posibilidades de ser discriminados en una sociedad que idealiza la delgadez y la asocia a salud, belleza y hasta inteligencia. Así lo apunta un estudio conducido por la profesora Alexandra Brewis Slade en la Universidad de Arizona.
Y mientras los estudios y las evidencias médicas evidencian los efectos perniciosos del sobrepeso, nosotros seguidos sentados ante un televisor que nos vende ricos y azucarados piensos infantiles. No es de recibo que los alimentos pensados por y para los niños sean, tan a menudo, insalubres. Hace poco más de un mes se hacían públicas las conclusiones de un estudio conducido conjuntamente por las Universidades de Londres y Liverpool y centrado en el valor nutricional de los zumos que se pueden encontrar en un supermercado británico (nada menos que 203 referencias). El estudio no podía ser más oportuno, a la vista del movimiento en los hábitos de consumo de las familias, que están abandonando paulatinamente los refrescos, precisamente por su alto contenido en azucares, y consumiendo cada vez más zumos. Las conclusiones eran como poco chocantes. Un 42% del total de estas bebidas contenían todo el azúcar que un niño de entre 4 y 6 años necesita para todo el día según la OMS. Así, con una única bebida, aparentemente saludable, se rellenaba el cupo diario infantil de azucares. Los investigadores, con buen tiento, sugerían que los zumos no podían ser considerados como un sustitutivo de una de las 5 piezas de fruta y verdura que hemos de consumir al día. Que la fruta ha de ser consumida en su forma original y que los padres han de optar por los zumos sin azúcar y rebajarlos con agua antes de ofrecérselos a los pequeños.
Como padres, madres y responsables de la alimentación de una nueva generación de niños, tendremos que ir un paso más allá de lo que nos dicen los anuncios y las etiquetas. Comer en familia, promover el ejercicio físico, comprar muy poco alimento tratado y mucho producto fresco y limitar la presencia en casa de alimentos poco sanos puede ser el camino. Puede ser una opción complicada a ratos, pero siempre será mucho mejor que comenzar una vida desde la enfermedad.
La enfermedad que más duele a una sociedad es seguramente la de sus niños. Nos duele la indefensión de los débiles y ese potencial que quizás no llegue a desplegarse del todo en el futuro. Y luego está ese dolor vivo que sentimos muchos, quizás un poco más los que somos padres y madres, al ver a un niño enfermo. Ese dolor no habla de razones, ni de potencial ni de futuro ni de números. Es ver esa mirada infantil, apagada y enferma, y sentir como algo se desarma dentro de ti. Por eso tantas organizaciones utilizan fotos de niños enfermos para hacernos reaccionar y sacar de nosotros algo de humanidad. Es el detonante que nos inunda de rabia y nos hace pasar de la inactividad a la acción en un segundo. Pero para todo hay excepciones. Existe una foto de un niño, que a pesar de estar muy enfermo, no nos conmueve hasta la médula ni provoca en nosotros el deseo inmediato de movilizarnos. Esa es la foto de un niño obeso.
En nuestro imaginario colectivo el sobrepeso se asocia, a menudo, con un mal menor, una especie de vicio más bien simpático y muy unido al carácter goloso de los pequeños. Pero la realidad es bastante más cruel que esa. Estamos ante una enfermedad crónica que ha crecido como la pólvora entre nuestros niños y que tiene efectos devastadores. Según la OMS cada año mueren a consecuencia del sobrepeso y la obesidad por lo menos 2,6 millones de personas. La obesidad infantil se asocia a una mayor probabilidad de muerte y discapacidad prematuras en la edad adulta. Además los niños con sobrepeso u obesos tienen mayores probabilidades de seguir siendo obesos en la edad adulta y de padecer a edades más tempranas enfermedades no transmisibles como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. Por tener, los obesos tienen hasta más posibilidades de ser discriminados en una sociedad que idealiza la delgadez y la asocia a salud, belleza y hasta inteligencia. Así lo apunta un estudio conducido por la profesora Alexandra Brewis Slade en la Universidad de Arizona.
Y mientras los estudios y las evidencias médicas evidencian los efectos perniciosos del sobrepeso, nosotros seguidos sentados ante un televisor que nos vende ricos y azucarados piensos infantiles. No es de recibo que los alimentos pensados por y para los niños sean, tan a menudo, insalubres. Hace poco más de un mes se hacían públicas las conclusiones de un estudio conducido conjuntamente por las Universidades de Londres y Liverpool y centrado en el valor nutricional de los zumos que se pueden encontrar en un supermercado británico (nada menos que 203 referencias). El estudio no podía ser más oportuno, a la vista del movimiento en los hábitos de consumo de las familias, que están abandonando paulatinamente los refrescos, precisamente por su alto contenido en azucares, y consumiendo cada vez más zumos. Las conclusiones eran como poco chocantes. Un 42% del total de estas bebidas contenían todo el azúcar que un niño de entre 4 y 6 años necesita para todo el día según la OMS. Así, con una única bebida, aparentemente saludable, se rellenaba el cupo diario infantil de azucares. Los investigadores, con buen tiento, sugerían que los zumos no podían ser considerados como un sustitutivo de una de las 5 piezas de fruta y verdura que hemos de consumir al día. Que la fruta ha de ser consumida en su forma original y que los padres han de optar por los zumos sin azúcar y rebajarlos con agua antes de ofrecérselos a los pequeños.
Como padres, madres y responsables de la alimentación de una nueva generación de niños, tendremos que ir un paso más allá de lo que nos dicen los anuncios y las etiquetas. Comer en familia, promover el ejercicio físico, comprar muy poco alimento tratado y mucho producto fresco y limitar la presencia en casa de alimentos poco sanos puede ser el camino. Puede ser una opción complicada a ratos, pero siempre será mucho mejor que comenzar una vida desde la enfermedad.
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